Mons. Reinaldo Nann

viernes, 26 de agosto de 2011

Hace 33 años fue elegido Juan Pablo I, ‘Papa de la sonrisa’


2011-08-26 Radio Vaticana

El 26 de agosto de 1978, tras el fallecimiento del Papa Pablo VI, el entonces Patriarca de Venecia, Card. Albino Luciani, era elegido Sucesor de Pedro. Lo fue durante 33 días, hasta el 28 de septiembre de ese mismo año en que falleció repentinamente. El día antes de su muerte, el 27 de septiembre, este Pontífice que recibió en seguida el apodo de ‘el Papa de la sonrisa’ y que precedió al beato Juan Pablo II, había dedicado su audiencia general a la virtud teologal de la caridad.

Recordó con dulzura, a este propósito, una oración que le había enseñado su mamá y contó que él la repetía con frecuencia. «Dios mío, con todo el corazón y por encima de todo os amo, bien infinito y felicidad eterna nuestra; por amor vuestro, amo al prójimo como a mí mismo y perdono las ofensas recibidas. Señor, que os ame cada vez más». Amar a Dios –explicó Juan Pablo I- es caminar, correr con el corazón hacia Él, aunque ello cueste sacrificio y nos aproxime a la cruz de Cristo. Amar con todo el corazón, significa seguir el mandato evangélico «Amarás al Señor Dios tuyo con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas».

Y tras destacar que «¡Dios es demasiado grande para darle sólo unas migajas de nuestro tiempo o corazón!», hizo hincapié asimismo en que «el amor a Dios es inseparable del amor al hermano, un amor que no debe ser sólo de palabra, sino de hechos; concretizado en la práctica de las obras de misericordia, que hay que completar con el amor y ayuda efectiva a los pueblos que sufren hambre y necesitan justicia, además de caridad. Debemos también perdonar las ofensas recibidas», pues «el Señor nos mandó reconciliarnos con el hermano, antes de ofrecer nuestra ofrenda ante el altar. Finalmente, amar cada vez más al Señor quiere decir que, como en todo lo demás, hemos de crecer en el amor a Dios, aumentando siempre nuestro amor hacia Él».

Y cómo no recordar hoy el radiomensaje Urbi et Orbi que Papa Luciani dirigió al mundo un día después de su elección. En el que manifestando su anhelo de entregarse «al servicio de la misión universal de la Iglesia, es decir al servicio de la humanidad, de la verdad, de la justicia, de la paz, de la concordia, de la colaboración entre las naciones y entre los pueblos», Juan Pablo I se dirigía a los «hombres, hermanos de todo el mundo».

Subrayando que «todos estamos comprometidos en la obra de elevar al mundo hacia una justicia cada vez mayor, hacia la paz estable, hacia la cooperación sincera...», el Papa Luciani exhortaba a todos los hombres, de todo orden social. Desde los más humildes hasta los líderes responsables de cada pueblo a «ser instrumentos eficaces y responsables de un orden nuevo, más justo y sincero».

En este mismo radiomensaje, al comenzar su misión, como «humilde Vicario de Cristo»... lleno de trepidación y confiando en Dios, Juan Pablo I se ponía enteramente a disposición de la Iglesia y de la sociedad civil, sin distinción de raza o pertenencia alguna, para asegurar al mundo un amanecer más sereno y dulce... La Iglesia –destacaba el Papa Luciani- «convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible de la unidad salvífica, para todos y cada uno, rebosando todos los límites de tiempos y de lugares, entra en la historia humana con el anhelo de extenderse a todas las naciones», testimoniando a «Jesús, autor de la salvación, y principio de la unidad y de la paz».

CdM

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