Mons. Reinaldo Nann

jueves, 4 de agosto de 2011

Festividad de San Juan Mª Vianney, presbítero

Patrón de los sacerdotes.

Día litúrgico: Jueves XVIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 9,35—10,1): En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha». Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.

Comentario: Rev. D. Josep Mª CAMPRUBÍ i Rovira (Barcelona, España)

«Jesús recorría todas las ciudades (…) proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades»

Hoy es la fiesta de San Juan Maria Vianney, un pastor según el corazón de Dios, que entregó su vida en humilde y abnegado servicio ministerial por la salvación de sus ovejas. Siguiendo los pasos de Jesús, el santo Cura de Ars concibió su tarea sacerdotal en esta clave tan bien definida en el Evangelio de hoy: tuvo compasión de los fatigados y abatidos (cf. Mt 9,36), ofreciéndoles una mano amiga que les permitiera ser redimidos. Su acción sanadora fue, sobre todo, de las dolencias y enfermedades del espíritu. Desde el humilde lugar encomendado a su diligente cuidado pastoral, su fama —como la de Jesús— se extendió por pueblos y ciudades, y a él acudían las gentes hambrientas de paz. La labor de todo buen apóstol, en línea con el ejemplo del Maestro, viene definida por unos momentos claves: anunciar la Buena Nueva del Reino; proclamar a los cuatro vientos que Dios es Amor y que, por tanto, Él te ama y no dejará nunca de amarte. ¡Créetelo! Y entonces la segunda parte podrá ser una realidad: «Les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia» (Mt 10,1). La palabra proclamada con fuerza por el discípulo y aceptada por el oyente creyente aleja a los espíritus enemigos que acechan nuestra paz, y nos cura de la dolencia más cruel que nos martiriza: la carencia de amor. «Nuestro corazón es pequeño pero la oración lo engrandece y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es un anticipo del cielo» (San Juan Mª Vianney). Profundo conocedor del interior del hombre, el santo Cura de Ars llevó en su oración a tantas gentes y las condujo a experimentar la ternura del Buen Pastor. Necesitamos tomar la mano de Cristo que se nos ofrece bajo la figura de un pastor o de una persona sensible a nuestro a nuestro dolor.

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