Conozco muchas historias vocacionales, unas comparables a suave brisa, otras de singulares matices semejantes a recios vientos, también algunas que bien puedo calificar sin duda de tormentosas y aunque finalmente llegan con alma calmada a buen puerto, jamás sus nobles personajes olvidan que el oro se prueba en el fuego (Cfr. Si. 2,1-5). En efecto, he aprendido a leerlas todas con ojos de fe, a contemplar cómo en muchas ocasiones “Dios escribe derecho en renglones torcidos”.
Hoy contaré algo de la mía. Advierto que mi vida entera es día a día un memorial de los beneficios recibidos de Dios y eso incluye las noches oscuras, las duras pruebas, las inefables alegrías, los silencios de inestimable valor porque en ellos he escuchado a Dios. No puedo escribirlo todo (...), sólo quiero contar un breve episodio.
Habiendo caminado durante años también por desiertos llegó el momento tantas veces esperado. La liturgia esplendorosamente prevista, ornamentaciones exquisitas, iluminaciones admirables y en tal escenario la pregunta del Obispo, dirigida al sacerdote que me presentaba como candidato al orden de los diáconos, acontece con singular solemnidad: “¿Sabes si es digno?” En ese mismo instante, aún cuando la respuesta de seguro sea favorable, bajé la mirada clavándola en el más frío mármol (...) y me decía a mí mismo: “no soy digno”.
(...) De pronto una voz ya conocida en mi alma preguntó: “¿Y quién es digno?”.
Al instante, resucitó una alegría que creí, pensé y sentí: Dios me ha llamado y sólo me queda alabarle agradecido y revestido de fiesta hasta la muerte. Faltaban dos días para mi Ordenación.
Por Gonzalo Tuesta, estudiante de Teología y diácono de la Prelatura de Caravelí. Son extractos de una reflexión personal de su experiencia vocacional en torno a su compromiso ministerial. Gonzalo fue ordenado diácono el 24 de febrero de 2011 en la parroquia de Atico).
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